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La peatonal de la ciudad, escenario del ingenio y el genio cordobés. |
Siguiendo con estas reflexiones, luego me di cuenta que el ser demasiado apasionados es una característica que compartimos todos los argentinos. Somos apasionados en las cuestiones de la política, el fútbol, la comida, nuestros héroes nacionales. Pero qué características nos son propias a los cordobeses en particular? Cómo reconocen otros argentinos a un cordobés como tal?
Un simpático cordobés posa para la cámara en pleno centro de la ciudad. Foto de Claudia Gibson. |
Somos graciosos, es lo primero que se me ocurre. Desde el momento en que abrimos la boca para hablar, los cordobeses provocamos al menos una sonrisa (a veces socarrona) en quienes nos escuchan, puesto que hablamos español con un acento muy particular. La melodía del acento cordobés tiene una cadencia lenta producto de la prolongación de la sílaba anterior a la acentuada, de manera que una frase simple como "mi amigo" se transformaría en miaaaaaaaamigo, al decirla en cordobés.
Nuestros compatriotas en el resto del país tratan (muchas veces en vano) de imitarnos, en especial cuando hacen bromas o cuentan historias o chistes que llevan un poco de color local. Y es que imitar al cordobés no es tarea fácil, ya que conlleva cualidades que son inherentes al ser cordobés, y que van más allá de simplemente copiar la fonética o la melodía que nos caracteriza.
Reflexionar sobre esta "cualidad" de los cordobeses, me hizo pensar en mi padre, que es cordobés hasta la médula. Tiene un acento cordobés muy marcado, que ni siquiera tantos años fuera de su tierra han podido borrar. De regreso en Córdoba hace ya 35 años, con mi madre han vivido en la misma casa y en el mismo barrio casi tres décadas.
Mi padre tomando mate a orillas del río Guayleguachú, en Entre Ríos. |
Apreciado por los vecinos por su manera campechana de ser, mi padre es el tipo de persona que cada vez que sale a la compra, seguramente tarda el triple del tiempo normal, ya que en el camino se distrae siempre para pararse a conversar con la gente. Esta gente, son frecuentemente vecinos a los que, como buen cordobés, jamás se toma el trabajo de llamar por su verdadero nombre cuando, una vez en casa, nos pasa mi madre y a mí el reporte de sus encuentros camino al supermercado o la carnicería. Y es que además, como buen cordobés, siempre tiene sobrenombres graciosos para todo el mundo.
En general, este hábito de mi padre, me resulta divertido e ingenioso; no así a mi madre, que siempre es la que se queja de que jamás sabe de quién está hablando mi padre y le regaña a menudo, sosteniendo que no está muy bien llamar, por ejemplo, al señor G. Huevo de Heladera, o al señor S., Gallina Prolija!!
Y es que el señor G., parece pasarse buena parte del día parado en la puerta de su casa, que es donde normalmente tenemos un lugar en nuestra heladera para colocar los huevos al traerlos de la compra. En el barrio es quien siempre está al tanto de lo que ocurre, algo así como el vigilante de la cuadra, si es que me entienden lo que quiero decir!
Luego el señor S., parece tener una costumbre que ni siquiera lo hace sonrojar cuando (y no puedo creer que esté contanto ésto!), "acomoda los huevos como una verdadera gallina prolija", según explicara mi padre a mi madre en su momento, cuando ésta inquirió el por qué del sobrenombre.
También tenemos de vecino al señor Soldado mal escondido, quien tiene como seña particular, la de lucir una calva bastante reluciente - casi tanto como la de mi señor progenitor - y que recibe ese nombre, porque, estando mal escondido, se le llega a ver el casco...
Yo con mis padres en la alta montaña en la provincia de Mendoza. |
Esta costumbre de mi padre de ponerle sobrenombres a todo el mundo, me ha ocasionado no poco momentos embarazosos durante mis viajes anuales a Argentina cuando, mientras estoy de visita en casa de mis padres, me encuentro con vecinos que salen a darme la bienvenida.
Todos parecen realmente contentos de verme y salen prestos a saludarme, preguntarme sobre el viaje, cómo he encontrado a mis padres, cúanto tiempo me quedaré y ese tipo de cosas... Siempre saboreo estos momentos de genuino interés que nos hace tan cálidos a los argentinos, en especial llegando de un país donde no es tan habitual el contacto abierto y directo. Pero siempre que voy caminando por la calle donde viven mis padres y veo aproximarse a alguno de mis vecinos, experimento un momento de pánico mientras trato desesperadamente de recordar el verdadero nombre del señor Gallina prolija - intentando a su vez no notar por qué mi padre le ha dado al señor S. este poco favorecedor sobrenombre. Por suerte, en Argentina es costumbre saludar a las personas con un beso... un alivio, dado el hábito tan poco decoroso del señor S.!
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